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ex modelo 1

5 Nov

“The devil has put a penalty on all things we enjoy in life. Either we suffer in health or we suffer in soul or we get fat.”

Albert Einstein

Ayer estuve de compras. Cada vez que emprendo una limpieza de placard en casa, necesito automáticamente “reparar” tall herida narcisística (análisis?) con unas compritas.

Por lo general me debato entre el ahorro y la compulsión por las compras, aunque con los años he mejorado notablemente mi propia acumulación capitalista.

He descubierto en los últimos 2 meses ese local de las hermanas Rosadas  al costado del río. Harta de los precios de las casas de ropa que no justifican sus costos de ninguna manera, caminando encontré con el tiempo localcitos con buena ropa y donde un pulóver no te sale $1200 ni una remera para laburar $350. Traen ropa de calidad, nacional e importada,  talles de todo tipo, tienen diseño, originalidad y muy buen gusto. (Y trabajo en esto)

Y, pequeño detalle: las chicas que atienden no son perras. (léase bitchs)

Mientras me probaba ropa plácidamente sin temer que nadie me abriera intempestivamente la cortinita al mejor estilo de “Y? como te quedó?”, recordé la última vez que fuimos al shopping con mi amiga Lucero.

Lucero se peleó con su novio el último año. Tras 7 largos años de noviazgo, descubrió no solo que la había engañado sino que además, tenía un bebé de 8 meses a 10 cuadras que mantener.

Tras el shock inicial, y el apoyo de sus amigas, Lucero fue recomponiéndose.

Aunque no sin ningún costo.

Lejos de tomar tranquilizantes o embeber sus penas en jarras de alcohol nocturno, Lucero se dedicó a otra cosa.

Tipo compulsión.

Primero 1, luego 2, luego 4, y hoy lleva en su haber 18. Sin parar, uno tras otro, fue engrosando la lista. O ella misma.

No, no se dedicó a la conquista intempestiva y fugaz de amores de una noche.

18 son los kilos que ganó en este tiempo de penurias, comiendo las penas una tras otra, como si las quisiera enterrar bajo un manto de grasa corporal.

Ese día, mientras me comentaba sus sesiones de diván, recorríamos el vestidor de selecto local de ropa de moda (y de marca).

Nos probamos de todo. Nada le entraba.

Tratando de ayudarla, yo misma he estado en su lugar, buscábamos cortes favorables, pero el tema excedía el corte.

La ropa no entraba, el talle XXL no encajaba.

Lu, desesperada, ex modelo publicitaria, empezó a lagrimear.

“Quizás debieras recorrer los localcitos de la calle Avellaneda”_ sugirió despectiva e irónica la empleada del local, de flequillo recto, lentes de contacto, botox en labios, nariz operada, 45 kilos aprox, jeans ajustados, mientras le sacaba las perchas de la mano.

Lu lloró y cerró la cortina.

Enceguecida no pude evitar decirle:

“valés tanto como querés ocultar, barata”

No son los hombres. (no todos al menos)

Son las minas.

Somos nosotras mismas las que acusamos, señalamos, remarcamos.

Los puntos neurálgicos. Los puntos donde duele.

Por suerte no todas, pero las menos son las que no lo hacen.

Y mientras Lu se recupera de su amor perdido a través de las ingestas desmedidas y sus dietas ciclotímicas, nosotras nos cambiamos de local.

A los locales de las hermanas Rosadas.

Lo único que me hizo prometerle Lucero para ir conmigo fue:

«Por favor nada de contestaciones de novela venezolana a las vendedoras»

dejaré mis sueños de Topacio por un rato…


(continuará)